martes, 29 de julio de 2008

Niebla

La niebla no dejaba ver más allá de la esquina. Luego, algunas siluetas grises que dejaban adivinar las copas de unos árboles daban lugar a un telón blanco, donde parecía terminar todo. El hombre, sentado con los codos apoyados en sus piernas en el borde de un cantero, estaba tan quieto que se hacía difícil saber si respiraba. Un pantalón de vestir, una camisa verde pastel planchada y unas zapatillas de cuero limpias le daban un aspecto pulcro, que se contrastaba con su barba descuidada (durante meses, quizá), sus dientes amarillos y su cabello mugroso.
Sus ojos, transparentes, cristalinos y vacíos, miraban el vacío blanco que borraba el horizonte.
-Hasta cuándo...- dijo en un volumen casi inaudible, y volvió a sumirse en sus pensamientos.
Pasó un minuto, dos, diez, y él no se movió. El motor de un auto pasando a varias cuadras de allí perturbaba ocasionalmente la calma del lugar. Ni una rama se movía. Todo era silencio. Todo, menos el eco de sus palabras en su cabeza, en el aire: Hasta cuándo...
Repentinamente, erguió su espalda, doblada debido a la posición en la que estaba sentado, y metió su mano en uno de los bolsillos delanteros de su pantalón. Una lágrima hizo un surco, dejando una línea en la tierra que percudía su mejilla. Sacó un paquete de Marlboros arrugado, en el que quedaba sólo un cigarrillo. En el bolsillo de su camisa encontró el encendedor gris, de plástico. Llevó el cigarrillo a su boca y acercó el encendedor a su rostro, apoyando en él su pulgar derecho.
Luego de tres intentos, encendió la llama. Mientras inhalaba una profunda bocanada de humo, sus ojos comenzaron a nublarse y se dejó llevar por el recuerdo. El recuerdo de una vida que ya no era tal, aunque desde afuera pareciera todo lo contrario. Exhaló y volvió a apoyar sus codos en sus piernas. La niebla comenzaba a disiparse, y pudo verse la nada que había detrás de ella.

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