viernes, 17 de julio de 2009

Invierno

Ay Dios qué será de este invierno, dijo en voz alta y se sorprendió por su arrebato de espiritualidad y pensó, en ese momento, en si realmente podía creer que existía un Dios, así con mayúsculas, responsable del azaroso y caótico -y cruel- mundo. Se sentó de nuevo pesadamente en el sillón azul marino -acababa de pararse para ir a hacer ya no se acordaba qué- y agarró el portarretratos que lo miraba desde la mesa ratona. Seis, siete meses, no se acordaba ya cuántos, de una vida distinta, alejada de ellos: sonrientes, hasta contentos si los apuraban, posando sus miradas sin saber en el lente que capturaría su última emoción placentera.

Pensó en silencio.

Afuera, el frío dolía. Él lo sentía, a pesar de los leños encendidos en el hogar. Dolían sus huesos, su carne, su piel: el frío que sentía trascendía lo que podría medir el mercurio de los termómetros, llegaba a él desde lo más profundo de su ser, desde el pasado: desde hacía seis, siete meses, quién sabía…

Apoyó su espalda en el respaldo, tiró su cabeza hacia atrás y, por un momento, observó en el techo, con lágrimas en los ojos, la vida suya que se había llevado ese invierno, que había empezado quién sabe hace cuánto.

sábado, 30 de mayo de 2009

Sala

Nadie en su sano juicio habría hecho lo que él hizo la tarde del domingo. El lo sabía, por eso atinó sólo a sacar una foto de la desordenada sala, cerrar la puerta y marcharse.

miércoles, 22 de abril de 2009

Ausencia

Y, de repente, todo se convirtió en una ficción, en la que vivimos comemos reímos y lloramos todos. No todos, casi todos. Y en lo que comemos y dormimos y reímos y lloramos casi todos, sentimos ese casi muy dentro nuestro: nos hizo un agujero imposible de llenar, de obviar.
Y nos damos cuenta de que no es una ficción, por más que parezca.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Instantes

¿Qué pasaría si el tiempo tal como lo conocemos dejara de ser así? Si un minuto ya no durara un minuto, ni una hora sesenta. Si cuando nos sentáramos a mirar hacia ningún lado los instantes se estiraran, chiclosos, y duraran más de lo que habrían durado. ¿Qué pasaría si mis ojos se nublaran, pensando en todo y en nada? ¿Qué pasaría...?

viernes, 16 de enero de 2009

Esa noche

Se sentó, cabizbajo y pensativo, en el mullido sillón de buen cuero. Sus ojos marrones, rojos perdidos, apuntaban fijo un punto en la alfombra natural con detalles en azul; tanto se proponía mirar fijo, que su visión se nublaba. Sus brazos, largos torpes como los de una marioneta, estaban cruzados sobre sus rodillas: parecían los de una mantis religiosa. Los hombros encogidos, sobrepasaban a su cabeza de pelos prolijamente peinados.
Metros más atrás, doblado sobre el alto respaldo de una silla de madera, su saco gris topo; encima, su corbata roja. Cada minuto, cada segundo de la noche era revivido en forma vívida por su memoria, a pesar de su voluntad: el ya no quería recordar. Pero la sonrisa de ella, su vestido verde esmeralda, su peinado tan arreglado, la flor con la que ataba sus bucles negros, volvían una y otra vez. Sus ojos penetrantes, su boca perfecta. Su boca cambió, en un gesto desagradable. En un gesto que el temía. Su mirada penetrante dejó de mirarlo, miraba al techo, a la otra mesa del elegante restaurante. Sus ojos nunca más se encontraron; y temió llegar a olvidarlos. Las palabras nerviosas, las explicaciones, las lágrimas; el anillo, todavía en su estuche, de nuevo al bolsillo de su saco gris topo.
Ella había dicho que no.