Se sentó, cabizbajo y pensativo, en el mullido sillón de buen cuero. Sus ojos marrones, rojos perdidos, apuntaban fijo un punto en la alfombra natural con detalles en azul; tanto se proponía mirar fijo, que su visión se nublaba. Sus brazos, largos torpes como los de una marioneta, estaban cruzados sobre sus rodillas: parecían los de una mantis religiosa. Los hombros encogidos, sobrepasaban a su cabeza de pelos prolijamente peinados.
Metros más atrás, doblado sobre el alto respaldo de una silla de madera, su saco gris topo; encima, su corbata roja. Cada minuto, cada segundo de la noche era revivido en forma vívida por su memoria, a pesar de su voluntad: el ya no quería recordar. Pero la sonrisa de ella, su vestido verde esmeralda, su peinado tan arreglado, la flor con la que ataba sus bucles negros, volvían una y otra vez. Sus ojos penetrantes, su boca perfecta. Su boca cambió, en un gesto desagradable. En un gesto que el temía. Su mirada penetrante dejó de mirarlo, miraba al techo, a la otra mesa del elegante restaurante. Sus ojos nunca más se encontraron; y temió llegar a olvidarlos. Las palabras nerviosas, las explicaciones, las lágrimas; el anillo, todavía en su estuche, de nuevo al bolsillo de su saco gris topo.
Ella había dicho que no.
Metros más atrás, doblado sobre el alto respaldo de una silla de madera, su saco gris topo; encima, su corbata roja. Cada minuto, cada segundo de la noche era revivido en forma vívida por su memoria, a pesar de su voluntad: el ya no quería recordar. Pero la sonrisa de ella, su vestido verde esmeralda, su peinado tan arreglado, la flor con la que ataba sus bucles negros, volvían una y otra vez. Sus ojos penetrantes, su boca perfecta. Su boca cambió, en un gesto desagradable. En un gesto que el temía. Su mirada penetrante dejó de mirarlo, miraba al techo, a la otra mesa del elegante restaurante. Sus ojos nunca más se encontraron; y temió llegar a olvidarlos. Las palabras nerviosas, las explicaciones, las lágrimas; el anillo, todavía en su estuche, de nuevo al bolsillo de su saco gris topo.
Ella había dicho que no.