martes, 22 de abril de 2008

La llamada

¿Quién había llamado anoche? No lograba acordarse con quién había hablado en la madrugada, pero la constante sensación de vacío en su estómago le decía que la conversación no había terminado del todo bien.
Recordaba haber sentido el timbre del teléfono a lo lejos, primero, todavía medio dormido; y luego ya dentro de la realidad, cuando despertó del todo. Insistente, no callaba, y ya llevaba contados diez timbrazos. Juntó fuerzas y se incorporó de la cama para atender el llamado. Sin estar del todo despierto, medio aturdido por la repentina interrupción de su sueño, no se hizo la pregunta que cualquiera se haría en esa situación: ¿Quién llama a las 3 de la mañana?
Conocía cada centímetro de su departamento, así que, aún atontado y en la oscuridad, se deslizó por el pasillo y el comedor (donde estaba el teléfono) como si fuera un espía en territorio enemigo, sin siquiera rozar ningún mueble.
Recordaba haber levantado el tubo, y el silencio que inundó su hogar cuando el aparato dejó de chillar; pero no recordaba nada, ni una palabra de la conversación. El único rastro que dejó esa llamada fue esa profunda angustia, que no lo dejaba pensar en otra cosa, pero que no le permitía recordar cuál era, precisamente, su causa.
-Debió ser mi madre- pensó. Charlar con su madre siempre le significaba un desgaste emocional importante. -No, no fue ella. A esa hora, ella debió haber estado en el avión-, se corrigió. -Mi hermana, tal vez, algo le pasó a mi sobrino-, se preocupó. Entonces, la llamó.
Extrañada, Sofía (así se llamaba su hermana, dos años menor que él, casada hace cinco y con un hijo de tres) le dijo que ella no había llamado a esa hora. -Tengo que levantarme a las seis, ¿qué pensás que estaría haciendo despierta a las 3?- refunfuñó.
Nadie más podía haberlo llamado. Se había mudado dos meses atrás, y sólo su madre y su hermana tenían su nuevo número telefónico.
Abstraído en sus cavilaciones, escuchó el teléfono recién al tercer timbrazo. Un frío le recorrió la espalda. -Es sólo el teléfono-, pensó, como para tranquilizarse. Pero no lo logró. Estiró su brazo y agarró el tubo. Se lo llevó a la oreja. El vacío en su estómago se profundizó. El cuarto se nubló, y ya no pensó en nada más...

miércoles, 9 de abril de 2008

El restaurante favorito

Estornudó, cerrando los ojos y sacudiéndose en un espasmo más intenso que de costumbre. Estornudaba mucho. Nunca nadie supo explicarle -quizás porque nunca le preguntó a la persona idónea- por qué estornudaba tanto, incluso cuando no estaba resfriado. Inspiró profunda y ruidosamente por la nariz, y se acomodó la corbata. Estaba listo para enfrentar el mundo exterior de nuevo. Estaba en el baño de su restaurante favorito, y debía volver a la mesa que había estado ocupando con ella.
Abrió la puerta doble rebatible (al mejor estilo Saloon del Lejano Oeste) y se detuvo a observar detenidamente el salón. El restaurante debía tener cuarenta mesas, de las cuales diez o quince eran boxes. Por lo menos la mitad estaba ocupada. Gentes de distinto tipo: altos, gordos, viejos, jóvenes, niños... Sólo los unía el hecho de estar sentados al mismo tiempo en el mismo lugar.
Una nena estaba hablando con una mujer que seguramente era su madre. La niña, que debía tener ocho años, captó su atención. Con una perorata, que hacía parecer muy interesante, contaba a su madre sobre lo que había hecho ese día en el colegio. Sus ojos alegres y su voz cantarina y jovial, lo hipnotizaron. Estuvo así, parado unos pasos por delante de la puerta rebatible, a unos cuatro metros de la mesa donde estaba sentada la nena, casi cinco minutos. Cuando volvió en sí, levantó la mirada y la centró en el otro lado del local, donde estaba su mesa vacía. Con paso cansino, llegó a su lugar y se sentó. Los dos platos vacíos estaban todavía allí, frente a sus ojos; la botella de vino medio vacía, también. Extendió su brazo, la asió y se sirvió otra copa.
Un grito aterrorizado alteró la ruidosa calma del lugar. -La encontraron-, pensó. Se levantó, dejó el dinero de la cuenta sobre la mesa (con una propina del 20 por ciento exacto) y salió por una de las puertas del restaurante. Apenas puso un pie sobre la vereda, hizo una seña a un taxista y se subió al auto.
-A Yerba Buena-, le indicó al conductor, y luego estornudó nuevamente. Dentro del restaurante, las personas corrían de un lado hacia el otro, un empleado llamaba a la Policía y otro bloqueaba la puerta del baño, aunque no podía tapar totalmente el cuerpo de ella, extendido en una posición rara en el inmaculado piso.